Conectamos culturas e historias a través de la comida.
La Baleada: tortilla viva, alma del pueblo hondureño
En cada cocina popular hay un plato que no solo se come, sino que se recuerda. Una receta sencilla que guarda en su interior la historia de una comunidad, su ingenio y sus heridas. En Honduras, esa comida es la baleada: una tortilla de harina doblada, rellena de frijoles refritos, queso y crema, que sabe a hogar, a calle, a lucha y a cariño.
Milena Doncel
6/1/20252 min read


Una comida nacida del pueblo
Las baleadas no nacieron en cocinas refinadas, sino en la sencillez del día a día. En los años 60, en las calles calurosas de La Ceiba, una ciudad portuaria del norte de Honduras, una mujer llamada Teresa de Jesús Montiño comenzó a vender tortillas gruesas con frijoles. Su puesto estaba ubicado junto a la vía del tren, donde trabajadores, estudiantes y transeúntes encontraban en su comida una pausa, una fuente de energía y un refugio. Lo que ofrecía era más que comida: era sustento a bajo costo, rápido, sabroso, hecho con lo que había.
La receta fue evolucionando. A los frijoles se les sumó el queso rallado, la crema, el huevo, el aguacate. Pero en esencia, la baleada seguía siendo lo mismo: una tortilla cálida que abraza con sencillez.
¿Por qué se llama “baleada”?
Como todo plato del pueblo, su nombre está envuelto en leyenda. La versión más popular cuenta que la señora que las vendía fue víctima de un tiroteo, y que la gente, al ver que seguía trabajando, empezó a llamar sus tortillas “las baleadas”. Otra versión dice que el aspecto de la tortilla doblada con frijoles oscuros parecía haber recibido un “balazo”. También hay quienes aseguran que un cliente, en un arranque poético, comparó el platillo con un cartucho de pólvora: la tortilla era la cubierta, los frijoles las balas, y el queso, la chispa.
Sea cual sea el verdadero origen del nombre, lo cierto es que la baleada cargó desde el inicio con una historia de resistencia y de memoria.
Pan de calle, plato de todos
Como el encebollado ecuatoriano o el taco mexicano, la baleada se volvió símbolo urbano. La ves en carretas callejeras, en comedores familiares y en desayunos campesinos. No hay una hora exacta para comerla, pero su presencia es constante: en la mañana con café, al mediodía con jugo, en la noche con conversación.
Hoy, las baleadas son parte del alma hondureña. Son identidad hecha bocado. No distinguen clases sociales ni regiones: son de todos, y en todos despiertan la misma sensación de pertenencia.
Historia hecha harina
En cada baleada se mezcla la historia del maíz perdido y la harina adoptada, el frijol criollo y el queso rallado. Es un plato mestizo, costeño, urbano y campesino al mismo tiempo. No es solo una comida típica: es un retrato cotidiano de Honduras, un testimonio de ingenio popular y una herencia viva.
Porque, como todo plato que nace del corazón de un pueblo, la baleada no solo alimenta el cuerpo también alimenta la memoria.