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Picante de pollo boliviano: fuego andino, mesa compartida

En el altiplano boliviano, donde la tierra respira historia y el aire huele a maíz cocido, el picante de pollo es más que un plato. Es un ritual doméstico, una ceremonia de fuego y ají, y una de las expresiones más completas del mestizaje gastronómico andino. Lo encontramos en hogares humildes, en fiestas patronales, en ferias domingueras y en almuerzos familiares donde el pan se comparte y el picante une.

Tontxu V.

7/2/20252 min read

De las raíces prehispánicas al fogón mestizo

Antes de la llegada de los españoles, el altiplano ya tenía una cocina poderosa: papas, chuños, maíz, hierbas nativas como la quirquiña, y ajíes andinos —conocidos como uchus— que daban sabor, medicina y carácter a los platos. En la cultura quechua y aymara, el ají no solo era condimento, sino también símbolo de energía vital, de conexión con la tierra caliente y el cuerpo humano.

Con la colonización llegaron el pollo, el ajo, la cebolla, el comino y otros ingredientes del Viejo Mundo. Lo que ocurrió después fue la alquimia mestiza: las cocinas indígenas integraron lo nuevo sin renunciar a su base simbólica ni técnica. Así nació el picante de pollo, una receta que se afianza en lo prehispánico, se estructura con técnicas europeas y se consagra con el alma boliviana.

Técnica, sabor y ají molido a piedra

El picante de pollo comienza con una fritura prolongada de cebolla, ajo y tomate, que se convierte en un sofrito espeso, rojo, sabroso, al que se le agrega ají rojo molido —tradicionalmente molido en batán (piedra)—. Este ají no es solo picor: aporta profundidad, color y una nota ahumada inconfundible. Luego, el pollo (de corral si es posible) se cocina lentamente en ese adobo hasta absorber todos los aromas.

Lo acompaña la trilogía andina de papas cocidas, arroz blanco (herencia colonial) y chuño phuti —una mezcla ancestral de chuño rehidratado con leche, huevo y cebolla— que equilibra el picante con su textura terrosa y su historia milenaria.

Cada familia tiene su versión: con más o menos ají, con hierbas locales como huacataya o sin arroz, dependiendo de la región o la ocasión.

Un plato que narra comunidad y resistencia

El picante de pollo es habitual en las fiestas populares de Bolivia: desde La Paz hasta Cochabamba, de Oruro a Sucre. Se sirve en cumpleaños, bodas, fiestas patronales, carnavales y ferias rurales, casi siempre en porciones generosas y con pan o mote como acompañante extra. Comer picante es parte de una experiencia de comunidad.

En las ciudades, lo encontramos en mercados como el de Villa Fátima en La Paz o La Cancha en Cochabamba, donde mujeres con trenzas y mandiles lo preparan desde las cinco de la mañana. Sus manos guardan la historia no escrita de un país que ha resistido desde la cocina.

En la diáspora, este plato también tiene poder. Para los bolivianos migrantes, el picante de pollo es un puente emocional: una forma de saborear la memoria, de traer a Londres, Madrid o Buenos Aires un pedazo del altiplano.

Picante, pero también ternura

A pesar de su nombre, el picante de pollo no es agresivo. Su fuego es sabio, cálido, envolvente. No busca quemar la boca, sino calentar el alma. Es una receta donde lo que pica no lastima, sino que despierta.

En Raíces Gastro, celebramos estos platos que cuentan historias de mujeres que muelen ají a mano, de abuelas que enseñan a remover el guiso con calma, de cocineras populares que equilibran el sabor con intuición, no con recetas. Porque detrás del picante de pollo está toda una cosmovisión andina: donde el fuego transforma, el ají protege y la comida une.